lunes, 1 de septiembre de 2008

El Joven y Cristo

El Joven y Cristo: Capítulo I
Mons. Tihamer Tóth

JESUCRISTO EN LA VIDA OCULTA

El niño iba creciendo y fortaleciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en él (San Lucas, 2 40).

En seguida se fue con ellos, y vino a Nazaret y les estaba sujeto... Jesús, entre tanto, crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres. (San Lucas, 2, 51, 52).

1. Noche de Navidad

El silencio de una expectación misteriosa envolvía todo el mundo. La humanidad, que había pasado millares de años luchando y buscando la verdad, parecía presentir la proximidad de algún acontecimiento nunca visto. Algo había de ocurrir que sacase de sus quicios al mundo entero.

El poder político de los romanos pesaba sobre todo el orbe, sobre todo el mundo que esperaba, sobre la tierra que prestaba oídos al mismo silencio. Cicerón mencionaba una vieja profecía, según la cual aparecía un rey, al que habría de someterse la humanidad entera si quería salvarse. “¿Quién será este rey y cuándo sonará la hora de su llegada?” - pregunta el orador pagano.

Virgilio, en su Égloga IV, describe la nueva era, profetizada por la Sibila: nace un misterioso niño, hijo de la divinidad, por quien se renueva toda la creación, que destruye la serpiente, que borra el pecado y establece la paz en toda la tierra...

Y en la plenitud de los tiempos..., cuando el anhelo ardoroso de la humanidad por un Libertador asaltaba ya los mismos cielos..., en una silenciosa noche de diciembre..., en la gruta de Belén..., desconocido de todos..., rechazado por todos..., nació Nuestro Señor Jesucristo.

Lo pregonan hoy todas las campanas: ¡Ha nacido Cristo! Lo repiten hoy todos los corazones: ¡Ha nacido Cristo! Brilla hoy en todas las miradas la luz de este pensamiento: ¡Ha nacido Cristo!

Se hizo hijo del hombre para que podamos nosotros ser hijos de Dios. Se hizo débil para robustecernos. Se dejó envolver en pañales para librarnos de los lazos del pecado. Se hizo pequeño para que fuéramos más grandes. Se hizo pobre para enriquecernos. Nace llorando para secar nuestras lágrimas. Viene a la vida en país extraño para conducirnos a la patria verdadera de los cielos. No encuentra lugar en toda la ciudad para prepararnos lugar en el reino de los cielos (Pázmany).

¡Oh, si lo hubiéramos sabido! ... Así se disculpan los habitantes de Belén. ¡Oh, si hubiésemos conocido, quiénes eran los dos peregrinos que a las altas horas de la noche llamaron a nuestra puerta! ¡Si hubiésemos sabido quién era Aquél para el cual pedían hospedaje!... ¡Cómo les habríamos ofrecido albergue, pan tierno y blando lecho...!

No, hijo, no; esto no sirve de disculpa. Lo concedes, ¿verdad? Por lo menos no puede ser excusa después de aquella fría noche de Navidad.

Nosotros, que ya conocemos la luz del amor humilde del Niño de Belén, ¿hemos de ser amables y atentos tan sólo con los amables y los ricos? No; no pueden ser discípulos verdaderos del Niño Jesús que nació en la gruta de Belén los jóvenes que no aprecian a los más pobres y modestos igual que a los que tienen más; sino los que sienten predilección para las almas más puras, generosas y grandes.

2. ¿Por qué nos alegramos?

El corazón de millones de cristianos vive la emoción del gran día. Y aun el corazón de los que no son cristianos. En todas las latitudes de la tierra. En la casa de hielo de los esquimales, en la choza de los negros, en los desiertos africanos, en los camarotes de los transatlánticos.., hoy se celebra la fiesta de Navidad.

Antiguamente los cristianos la celebraban en lugares subterráneos, en las catacumbas, a la luz de las antorchas, en un ambiente de temor y de agobio. Y al mismo tiempo los romanos se reunían sobre aquel mismo suelo para sus orgías abominables: celebran sus “Saturnalias”, porque desde aquella fecha había de ser más largo el día, más prolongada la luz.

¡Tenían razón! Bien es verdad que no sospechaban ellos lo que pasaba debajo de sus pies, en el seno de la tierra; no sospechaban el gran misterio que celebraban los cristianos; pero realmente se hizo mayor la luz, porque quedó encendida la luz de Cristo para los hombres.

Desde aquellos tiempos, ¡qué alegría llena el alma de los hombres en la noche de Navidad! ¿Disfruta el alma humana momentos de más calor y de más intimidad que los momentos benditos de ansiada espera en que los niños aguardan, excitados, el nacimiento del Niño Jesús la santa noche de Navidad? ¡Oh, momentos benditos de los años de la niñez ingenua!

Pero, ¿sabes ahora cuál es el verdadero motivo del gozo desbordado que sentimos en la Nochebuena ? Aparte del Árbol de Navidad, de los regalos y de la alegría de las vacaciones, ¿qué significa para toda la humanidad el Gloria de los ángeles que modulan su cántico en la noche?

Significa que podemos llamarnos hombres . .., con todo derecho. De aquel débil Niño hemos recibido las energías fecundísimas que desde hace millones de años alimentan la vida cristiana. Todo esfuerzo noble, todo elevado deseo recibe su calor de la esplendorosa estrella de Belén.

El Gloria de los coros angélicos fue anuncio de nuestra vocación altísima, el anuncio de nuestro destino divino.

Y no obstante...

Si medito ahora el nacimiento del Señor, me llena de profunda compasión el Niño de Belén. Al venir por vez primera entre los hombres, todavía se comprende: nadie le conocía, nadie sospechaba siquiera a quién rehusaba el hospedaje, el buen acogimiento; nadie barruntaba quién era Aquél para el que no hubo lugar en ninguna casa.

Hoy ha pasado ya casi dos mil veces la noche de Navidad. Y sin embargo.., veo la escena: el Niño Jesús me toma de la mano y me conduce a través de los hogares en una gran capital... Es Nochebuena. Andamos,.., andamos... Por todas partes luces encendidas..., banquetes opíparos, hombres alegres que se divierten Todos están alegres...; pero el Señor está triste.

¡Niño Jesús! ¿Estás llorando en la noche de Navidad? ¿Qué es lo que te apena?

Le duele que después de dos mil años todavía hoy se repita en un sinnúmero de familias la escena de Belén: no hay lugar para Él en el alma de los hombres , No nos engañemos: centelleo de Árbol de Navidad..., luces encendidas..., regalos... Todo, todo, no es más que mera exterioridad, una cosa sin alma, cuando en nuestro espíritu no hay sitio para Cristo.

Y, sin embargo, como escribe con exquisita suavidad un poeta alemán, si Cristo hubiese nacido en Belén cien veces, pero no en tu alma, para nada te aprovecharía: te condenarías.

¡No, no, Niño Jesús! Yo no quiero celebrar únicamente con pompa exterior la noche de Navidad. Atiende a mis pedidos: Tráeme regalos, enciende también para mí el Árbol de Navidad, pero además dame abundancia de tu gracia, enciende dentro de mi corazón el amor abnegado y penetra en mi alma; dígnate nacer en ella.

No hay comentarios: