CAPÍTULO PRIMERO
EL NIÑO
Pollone es una pequeña aldea, de 1.800 habitantes aproximadamente, formada por varias agrupaciones de casas aferradas en las laderas del monte Muerone (2.300 m.), cuyas últimas pendientes terminan en Biella, al norte de la llanura piamontesa.
Allí el aire es fuerte y transparente, el clima de lo más sano y, merced a la profusión de las aguas que bajan de la montaña, la vegetación se mantiene lujuriante tanto en el rigor del verano como en los más hermosos días de la primavera. Viejas moradas campesinas, pintadas de blanco o de rosa, con balcones recargados de flores, se escalonan en las pendientes, dominando alegres praderas llenas de sol; ricas casas de recreo cercadas de macizos de hortensias, rododendros o azaleas abriéndose por uno y otro lado, flores cuya blancura se vuelve más deslumbrante por la vecindad de bosquecillos de castaños o de árboles exóticos de colores sombríos.
Así como los Bielleses, los habitantes de Pollone tienen las cualidades y los defectos de los Piamonteses. Enérgicos y voluntarioso testarudos y aún poco comunicativos, como todos los montañeses, son además económicos, aunque no temen las cargas de familia, positivos y realistas y no desprovistos sin embargo de cierto espíritu de aventuras. De este modo a fin de redondear un peculio que les permitirá pasar su vejez en la seguridad y en la calma de la casa natal, no vacilan en expatriarse muy lejos, libres de aceptar los oficios más penosos y más inesperados.
Ciertas de estas cualidades se vuelven a encontrar en los ascendientes de Pier Giorgio. Recorriendo los archivos de la comuna hasta épocas muy lejanas, se halla el nombre de sus ascendientes maternos, los Ametis. El bisabuelo de Pier Giorgio ejerció la profesión de médico y tuvo diez y ocho hijos. Francisco Ametis, su abuelo, se enroló muy joven en el ejército sardo y tomó parte en la guerra de la Independencia (1848-1849) ; emigró después al Perú, regresó luego a Pollone, para edificar allí la sólida y espaciosa casa donde Pier Giorgio gustara más tarde pasar sus vacaciones, en compañía de su tía y de su abuela genovesa, Linda Ametis Copello, que fue notable cristiana, fiel a la práctica de la comunión cotidiana.
Su abuelo paterno, Pietro Frassati, oriundo de Occhieppo, cerca de Pollone, repartió su tiempo entre sus funciones de médico y la educación de sus hijos, entre los cuales hallábase Alfredo Frassati, padre de nuestro héroe.
Debió su elevación en la escala social a su inteligencia y a sus cualidades fundamentales de escrupulosa honestidad y amor al trabajo.
Corresponsal, luego subdirector y copropietario de la "Gazzetta Piemontese" que desde entonces se llamó "Stampa", quedó su único dueño por compra, en 1900. Este diario era muy conocido en aquel tiempo por su lealtad para con la monarquía italiana, su liberalismo esclarecido y enemigo de toda puja y su respeto al orden.
La estima que en las altas esferas se tenía del director del "Stampa" le valió en 1913 una banca en el Senado.
En Octubre de 1922, la marcha sobre Roma, le sorprendió en Alemania, donde desempeñaba las funciones de embajador de Italia en Berlín. Lógico consigo mismo y seguro de la aprobación de su hijo sobre el particular, no vaciló en mandar su renuncia al jefe del gobierno.
Su hijo fallece el 4 de Julio de 1925. Forzado, al año subsiguiente, a abandonar la dirección del "Stampa" y luego a vender el diario, ha menester de toda su indomable energía para no naufragar en la desesperación.
Sólo al cabo de varios años de soledad y de ocio forzoso, le solicitaron asumiera la dirección del "Italgaz". Aceptó sin abdicar de ninguno de sus principios.
Se comprenderá que el hijo de semejante padre y descendiente de semejante estirpe debía por fuerza ser intransigente él mismo ante los honores.
El Sábado Santo, 6 de Abril de 1901, nació en Turín Pier Giorgio, "mientras las campanas de la Crocetta tocaban el Gloria de la Resurrección", según dirá su abuela con una pequeña inexactitud tocante a la hora (6 de la tarde). A causa de esa alegre coincidencia, gustarán de llamarle "el hijo de la Fiesta".
Alguien que mucho le conoció, no s traza del niño ya grandecito este viviente retrato: "Me parece verlo todavía a mi lado, con su bello rostro de niño de maravillosa tez morena, el ideal de un pequeño Jesús para un pintor orientalista. Sus ojos de pupila negra y dilatada, son grandes y de mirada suave; las pupilas se destacan sobre un azul claro y diáfano, resaltando sobre el color bronceado del cutis que lo hace parecer a un pequeño árabe de formas perfectas. Su fisonomía de facciones regulares lleva ya el sello de esa cándida dulzura que se trocará luego en fundamental bondad. Los labios más bien gruesos dan forma a una pequeña boca triangular, que se abre para sonreír con facilidad, y, ante la menor emoción, caen de sus grandes ojos dos silenciosas lágrimas que no puede retener.
El niño crece en fuerza y en belleza en la atmósfera sencilla del hogar. Sus naturales cualidades se manifiestan ya en una innata rectitud que lo enemista con la mentira y con un sentimiento de compasión que lo inclina hacia todo sufrimiento para aliviarlo, cuando es impotente para suprimirlo.
Tiene sin embargo defectos: es brusco y desordenado, y hasta cargante, y las desavenencias que puede llegar a tener con su hermana Luciana, diez y siete meses menor que él, se resuelven frecuentemente mediante la fuerza. Es necesario agregar que la cree su único recurso contra las alteraciones de la verdad.
¡Paciencia! pronto tendrá suficiente fortaleza de alma para imponerse la dura obligación de no reaccionar más con la violencia contra el defecto que más le hace sufrir.
Ese hombrecito es la misma lealtad y, ya, a su edad, esclavo de la palabra empeñada.
Ninguna fuerza en el mundo, ni aún su hambre de lobezno, podría obligarle o tocar un manjar o una golosina que está al alcance de su mano, cuando su madre se lo prohibió formalmente. Ninguna solicitación de su tío o de cualquier otra persona de la familia, jamás le hizo ceder en esto. Nos agradan esa terca valentonada, ese sentido precoz del honor en un niño. Es la rehabilitación de la raza bielesa, nos diría su madre; ¿mas no tiene también parentesco ese niño, con nuestros valientes de la Edad Media, con la altiva raza de nuestros caballeros cuya soberana ley fue ante todo el culto del honor?
Mirémosle entrar en su casa, quitarse y luego dejar su sobretodo e ir, sin decir palabra, a apostarse en un rincón, dándose vuelta de cara a la pared.
-¿Qué haces allí?- le pregunta su tía.
-Mi penitencia.....
Efectivamente, su madre, que acababa de encontrarle en la calle, habíale dado ese castigo por una travesura.
Una de sus institutrices no deja de señalar esa extremada lealtad en su alumno de doce años de edad: "Era un niño muy activo, extremadamente cándido y tan respetuoso del deber que jamás recurrió a razones falsas para eximirse de él o para justificar resultados que no siempre eran satisfactorios. "No supe" "Me equivoqué", solía decir sencillamente con franqueza y decisión. Calmaba a menudo de ese modo a aquellos que estaban enojados con él debido a sus extravagancias o a sus ligeras negligencias".
¿No fue por ventura esa innata necesidad de rectitud unida a una exquisita sensibilidad, la que le hacía intolerable el sufrimiento físico, aún en los animales molestados sin razón? ¿No es la crueldad al mismo tiempo que un odioso abuso de fuerza, una ofensa a la justicia?
A la edad de cinco años, habiendo descubierto el significado de la palabra "huérfano", no pudo dormirse. Se fue en camisón y con los ojos llenos de lágrimas, en busca de su madre: "Mamá, mamá, ¿era huérfano el pequeño Jesús?" Le costó trabajo a su madre conformarlo, diciéndole que Jesús tenía una excelente mamá: la Santísima Virgen, y dos papás: San José en la tierra y el buen Dios en el cielo.
Otro día, su padre estaba en el umbral de la puerta echando a un borracho al que su aliento acaba de traicionar. Pier Giorgio, que vio sólo el ademán de su padre, vuelve sollozando hacia su madre y le dice: "Mamá, allí había un pobre que tenía hambre y papá no le dio de comer".
La madre creyó sorprender en ese lamento algo así como un eco del Evangelio: "Vete pronto en busca de él, hazlo subir y le daremos de comer". Se hizo así. Mas al despedirlo, el padre no se había engañado y se convencieron pronto que el vagabundo había abusado de la confianza de los que le dieron hospedaje. Trataron de hacérselo entender al niño. Escuchó en silencio. Su mente le decía que su padre tenía razón, mas su sensible corazón seguía protestando.
Fue ésta su primera obra de misericordia. Y le salió mal. ¿Cuántas veces, sorprendieron su buena fe, en lo sucesivo? Pier Giorgio jamás lo dijo. Le bastaba seguir la inclinación de su corazón que jamás se enfadó ante la malicia o la ingratitud.
Su abuela paterna le daba a veces algún dinero en aquel entonces, mas antes de llegar a su casa, ya había repartido entre los pobres hasta el último centavo.
Una madre de familia que había sido sirvienta en su casa, recibió cierto día de manos de él la fuerte suma de cincuenta liras. Fue el primer aguinaldo de consideración que le diera su abuela paterna recomendándole que lo hiciera fructificar. El niño obedeció a su modo y nadie se animó a ofenderse por esa inesperada colocación.
¡Cuán delicado es también ese gesto del caritativo niño suplicándole a su mamá que acababa de comprar un hermoso casimir para hacerle un traje, que lo cambiara por otro de menor precio para poder dar el sobrante a los pobres!
Pier Giorgio tiene catorce años de edad, al entrar Italia en la guerra. El sufrimiento de los soldados lo conmueve profundamente. "He aquí seis liras. ¿Qué haré de ellas? le preguntó cierto día a la cocinera que estaba preparando un paquete para un soldado que estaba en el frente. Como la mucama se compadeciera cierto día de tantos sufrimientos y muertes prematuras, que son el triste rescate de la guerra, le dijo: ¿no daríais vuestra vida, Natalia, a fin de que cesara ese azote?" "¡Oh! respondió ella, soy joven y mi vida es tan preciosa como la de los pobres soldados". "Pues bien, yo la daría y ¡enseguida!" respondió el adolescente escandalizado.
Para los misioneros colecciona con ardor estampillas de franqueo y boletos de tranvía y se desvive por hallar personas que se los proporcionen.
Esos rasgos cuya lista podría alargarse fácilmente, son ampliamente suficientes para hacernos entrever lo que será más adelante Pier Giorgio con la experiencia de los años y cuando tenga conciencia de sus responsabilidades de cristiano y de hombre de acción.
Comienza mientras tanto la educación religiosa del niño. Su madre, su abuela materna, su tía, tratan de abrir su alma a las riquezas de la fe; el niño recuerda con más facilidad los ejemplos vividos que las nociones abstractas. Siendo el Evangelio el libro de vida por excelencia, recibe sus primeras lecciones en la compañía del Divino Maestro. Los ejemplos que de caridad para con los pobres le da su padre confirman de modo impresionante la doctrina que va extrayendo del texto sagrado.
Oigamos al doctor en letras Don Cojazzi, encargado de completar en el hogar la enseñanza que recibe el niño en el Ginnasio Liceo Massimo D'Azeglio: "Recuerdo que su madre me rogó le ayudara a darles a Pier Giorgio y a su hermana el sensus Christi. Ella utilizó esta misma expresión para darme a entender que no había de atenerme estrictamente a las materias de clase, sino que había de usar digresiones y desarrollos acerca de las cuestiones religiosas.
"No tarde en darme cuenta entonces (para servirme de una expresión usada en España) que la frente del niño estaba bañada aún de agua bautismal. Ahora me explico mejor la sorpresa agradable que tuve, desde los primeros días, cuando lo veía, al terminarse la lección, pararse ante mí, con delantal negro, los brazos cruzados, sus ojos negros clavados en los míos y suplicantes y decirme: "Contadme ahora una historia acerca de Jesús". Por de pronto, amplié el relato evangélico, lo anegué en un sinnúmero de detalles de mi cosecha. No podría decir debido a qué señales me di cuenta de que este método no era el mejor. Cesé al instante, contentándome con relatar el Evangelio a la letra, cuanto me lo permitía mi memoria. Pude observar entonces en su rostro, merced a una sucesión de sombras y de luces, los sentimientos que el desarrollo del relato divino despertaba en él. Si concluía con un episodio alegres gozoso, si le contaba por ejemplo el afecto de Jesús por los niños, las alabanzas que les tributaba a las flores, a los pájaros y a los corderos, sus ojos brillaban al instante y me decía sonriendo: "¡Cuán bello es". Si elegía al contrario un relato lleno de la compasión de Jesús para con los pobres, los enfermos, los hambrientos, los pecadores; si detallaba los milagros con los cuales alivió tantas miserias humanas, su rostro se entristecía y dos gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, lágrimas que trataba de secar valientemente y sin vergüenza. El niño aprendió así a oír los llamados interiores a la mansedumbre".
Se comprenderá talvez mejor ahora que, formado en tal escuela de sinceridad y de rectitud, el niño, así como los suyos por otra parte, acostumbrado a no forzar nunca sus sentimientos, se haya horrorizado de lo que se podría llamar la "retórica de la vida", es decir toda palabra, toda actitud, toda manifestación inspirada menos en una convicción profunda y razonada, que en las convenciones sociales, las costumbres y las actividades mundanas. De allí le provino talvez cierta dificultad para ampliar, para desarrollar sus sentimientos que expresaba siempre escrupulosamente tal cual los experimentaba y en la medida en que los experimentaba, en frases breves y espontáneas mejor que en extensos períodos verbales; resultó de ello, en la época de los ejercicios escolares, una esterilidad literaria que muy sin razón alarmó a veces a sus profesores y hasta a los miembros de su familia.
El estilo telegráfico era entonces su estilo preferido; sus composiciones eran esquemas esqueléticos y la tarjeta postal le parecía la forma ideal para expresar sus sentimientos. Puesto frente a sus deberes, cuántas veces le dijo a su madre, sonriendo: "Oye, mamá, yo voy a resolver mi problema y tú harás mi narración".
El porvenir iba a demostrar la inutilidad de los temores que se tenían con respecto a él: "Recuerdo, escribirá más adelante uno de sus profesores, refiriéndose a él, que cuando lo vi llegar al colegio, era de comprensión lenta, como suelen ser los montañeses, más era igualmente obstinado. Como le dijera que habría de vencer muchas dificultades si persistía en querer ser ingeniero, me respondió que lo sería a costa de los más duros sacrificios. Conociendo su fuerza de voluntad y habiendo comprobado la influencia decisiva que el estudio de las matemáticas ejercía sobre su desarrollo intelectual, yo no desesperaba del éxito. Desde su último año de liceo hasta sus primeros años en la escuela de ingeniería, vi a su inteligencia abrirse como una flor, afinarse y volverse poco a poco tan sutil y tan penetrante que le permitía resolver cualquier dificultad a fuerza de estudio y de tenacidad".
La aridez del principiante había sido solamente indicio de una de las cualidades morales más raras en un niño; o sea la sinceridad límpida como una hoja de espada, además de otros dones igualmente preciosos.
Pier Giorgio, y su hermana hicieron su primera comunión el día 19 de junio de 1911, bajo las miradas de la Virgen, en la exquisita capilla de las Hermanas Auxiliadoras de las Almas del Purgatorio en Turín. La hizo seriamente, piadosamente, como hacía todas las cosas.
Don Cojazzi regalole ese día una vida de Cristóbal Colón, que llevaba la siguiente dedicatoria: "A ti, Pier Giorgio, como recuerdo del día de tu primera comunión, este libro en el que se narran las empresas de Cristóbal Colón, gloria, de Italia y de la religión. Sea él tu guía hacia una y otra de ambas glorias. Ojalá puedas ser tú también, como él, portador de Cristo durante toda tu vida, voto que formulo por ti, con el afecto del amigo y la bendición del sacerdote, tu maestro".
¡Portador de Cristo! qué programa más bello le fue jamás propuesto por un corazón de sacerdote a su hijo discípulo predilecto. Humilde y lealmente Pier Giorgio se hizo un deber de realizarlo.
El Padre Lombardi, S. J., su Padre Espiritual, nos dirá cuáles eran las disposiciones del niño que acababa de entrar en aquella época (1913), en el tercer curso del colegio de los Padres Jesuitas en Turín (Istituto Sociale, en la calle del Arzobispado): Me impresionó al instante su prontitud en responder al deseo que le manifestara de verle acercarse a menudo a la sagrada Mesa. Desde entonces, comenzó a comulgar varias veces por semana, con tal ardor de corazón y tan gran fervor que quede edificado así como su madre. Esta se preguntó, sin embargo, a sí misma, si tenía él suficiente madurez para darse cuenta del gran acto que cumplía. Le di seguridades y pronto tuvo la felicidad de comprobar los crecientes progresos de su hijo en el bien. En 1917-1918, luego de haber pasado tres años en la escuela Massimo D'Azeglio, ingresó en el colegio de los Padres, comenzó a seguir la práctica de la comunión cotidiana que cumplió fielmente hasta la muerte. Tanto como pude apreciarlo, comenzó bajo la poderosa acción de la Eucaristía a transformarse en el cristiano piadoso, convencido y fuerte cuyo magnífico ejemplo merece ser propuesto a todos".
EL NIÑO
Pollone es una pequeña aldea, de 1.800 habitantes aproximadamente, formada por varias agrupaciones de casas aferradas en las laderas del monte Muerone (2.300 m.), cuyas últimas pendientes terminan en Biella, al norte de la llanura piamontesa.
Allí el aire es fuerte y transparente, el clima de lo más sano y, merced a la profusión de las aguas que bajan de la montaña, la vegetación se mantiene lujuriante tanto en el rigor del verano como en los más hermosos días de la primavera. Viejas moradas campesinas, pintadas de blanco o de rosa, con balcones recargados de flores, se escalonan en las pendientes, dominando alegres praderas llenas de sol; ricas casas de recreo cercadas de macizos de hortensias, rododendros o azaleas abriéndose por uno y otro lado, flores cuya blancura se vuelve más deslumbrante por la vecindad de bosquecillos de castaños o de árboles exóticos de colores sombríos.
Así como los Bielleses, los habitantes de Pollone tienen las cualidades y los defectos de los Piamonteses. Enérgicos y voluntarioso testarudos y aún poco comunicativos, como todos los montañeses, son además económicos, aunque no temen las cargas de familia, positivos y realistas y no desprovistos sin embargo de cierto espíritu de aventuras. De este modo a fin de redondear un peculio que les permitirá pasar su vejez en la seguridad y en la calma de la casa natal, no vacilan en expatriarse muy lejos, libres de aceptar los oficios más penosos y más inesperados.
Ciertas de estas cualidades se vuelven a encontrar en los ascendientes de Pier Giorgio. Recorriendo los archivos de la comuna hasta épocas muy lejanas, se halla el nombre de sus ascendientes maternos, los Ametis. El bisabuelo de Pier Giorgio ejerció la profesión de médico y tuvo diez y ocho hijos. Francisco Ametis, su abuelo, se enroló muy joven en el ejército sardo y tomó parte en la guerra de la Independencia (1848-1849) ; emigró después al Perú, regresó luego a Pollone, para edificar allí la sólida y espaciosa casa donde Pier Giorgio gustara más tarde pasar sus vacaciones, en compañía de su tía y de su abuela genovesa, Linda Ametis Copello, que fue notable cristiana, fiel a la práctica de la comunión cotidiana.
Su abuelo paterno, Pietro Frassati, oriundo de Occhieppo, cerca de Pollone, repartió su tiempo entre sus funciones de médico y la educación de sus hijos, entre los cuales hallábase Alfredo Frassati, padre de nuestro héroe.
Debió su elevación en la escala social a su inteligencia y a sus cualidades fundamentales de escrupulosa honestidad y amor al trabajo.
Corresponsal, luego subdirector y copropietario de la "Gazzetta Piemontese" que desde entonces se llamó "Stampa", quedó su único dueño por compra, en 1900. Este diario era muy conocido en aquel tiempo por su lealtad para con la monarquía italiana, su liberalismo esclarecido y enemigo de toda puja y su respeto al orden.
La estima que en las altas esferas se tenía del director del "Stampa" le valió en 1913 una banca en el Senado.
En Octubre de 1922, la marcha sobre Roma, le sorprendió en Alemania, donde desempeñaba las funciones de embajador de Italia en Berlín. Lógico consigo mismo y seguro de la aprobación de su hijo sobre el particular, no vaciló en mandar su renuncia al jefe del gobierno.
Su hijo fallece el 4 de Julio de 1925. Forzado, al año subsiguiente, a abandonar la dirección del "Stampa" y luego a vender el diario, ha menester de toda su indomable energía para no naufragar en la desesperación.
Sólo al cabo de varios años de soledad y de ocio forzoso, le solicitaron asumiera la dirección del "Italgaz". Aceptó sin abdicar de ninguno de sus principios.
Se comprenderá que el hijo de semejante padre y descendiente de semejante estirpe debía por fuerza ser intransigente él mismo ante los honores.
El Sábado Santo, 6 de Abril de 1901, nació en Turín Pier Giorgio, "mientras las campanas de la Crocetta tocaban el Gloria de la Resurrección", según dirá su abuela con una pequeña inexactitud tocante a la hora (6 de la tarde). A causa de esa alegre coincidencia, gustarán de llamarle "el hijo de la Fiesta".
Alguien que mucho le conoció, no s traza del niño ya grandecito este viviente retrato: "Me parece verlo todavía a mi lado, con su bello rostro de niño de maravillosa tez morena, el ideal de un pequeño Jesús para un pintor orientalista. Sus ojos de pupila negra y dilatada, son grandes y de mirada suave; las pupilas se destacan sobre un azul claro y diáfano, resaltando sobre el color bronceado del cutis que lo hace parecer a un pequeño árabe de formas perfectas. Su fisonomía de facciones regulares lleva ya el sello de esa cándida dulzura que se trocará luego en fundamental bondad. Los labios más bien gruesos dan forma a una pequeña boca triangular, que se abre para sonreír con facilidad, y, ante la menor emoción, caen de sus grandes ojos dos silenciosas lágrimas que no puede retener.
El niño crece en fuerza y en belleza en la atmósfera sencilla del hogar. Sus naturales cualidades se manifiestan ya en una innata rectitud que lo enemista con la mentira y con un sentimiento de compasión que lo inclina hacia todo sufrimiento para aliviarlo, cuando es impotente para suprimirlo.
Tiene sin embargo defectos: es brusco y desordenado, y hasta cargante, y las desavenencias que puede llegar a tener con su hermana Luciana, diez y siete meses menor que él, se resuelven frecuentemente mediante la fuerza. Es necesario agregar que la cree su único recurso contra las alteraciones de la verdad.
¡Paciencia! pronto tendrá suficiente fortaleza de alma para imponerse la dura obligación de no reaccionar más con la violencia contra el defecto que más le hace sufrir.
Ese hombrecito es la misma lealtad y, ya, a su edad, esclavo de la palabra empeñada.
Ninguna fuerza en el mundo, ni aún su hambre de lobezno, podría obligarle o tocar un manjar o una golosina que está al alcance de su mano, cuando su madre se lo prohibió formalmente. Ninguna solicitación de su tío o de cualquier otra persona de la familia, jamás le hizo ceder en esto. Nos agradan esa terca valentonada, ese sentido precoz del honor en un niño. Es la rehabilitación de la raza bielesa, nos diría su madre; ¿mas no tiene también parentesco ese niño, con nuestros valientes de la Edad Media, con la altiva raza de nuestros caballeros cuya soberana ley fue ante todo el culto del honor?
Mirémosle entrar en su casa, quitarse y luego dejar su sobretodo e ir, sin decir palabra, a apostarse en un rincón, dándose vuelta de cara a la pared.
-¿Qué haces allí?- le pregunta su tía.
-Mi penitencia.....
Efectivamente, su madre, que acababa de encontrarle en la calle, habíale dado ese castigo por una travesura.
Una de sus institutrices no deja de señalar esa extremada lealtad en su alumno de doce años de edad: "Era un niño muy activo, extremadamente cándido y tan respetuoso del deber que jamás recurrió a razones falsas para eximirse de él o para justificar resultados que no siempre eran satisfactorios. "No supe" "Me equivoqué", solía decir sencillamente con franqueza y decisión. Calmaba a menudo de ese modo a aquellos que estaban enojados con él debido a sus extravagancias o a sus ligeras negligencias".
¿No fue por ventura esa innata necesidad de rectitud unida a una exquisita sensibilidad, la que le hacía intolerable el sufrimiento físico, aún en los animales molestados sin razón? ¿No es la crueldad al mismo tiempo que un odioso abuso de fuerza, una ofensa a la justicia?
A la edad de cinco años, habiendo descubierto el significado de la palabra "huérfano", no pudo dormirse. Se fue en camisón y con los ojos llenos de lágrimas, en busca de su madre: "Mamá, mamá, ¿era huérfano el pequeño Jesús?" Le costó trabajo a su madre conformarlo, diciéndole que Jesús tenía una excelente mamá: la Santísima Virgen, y dos papás: San José en la tierra y el buen Dios en el cielo.
Otro día, su padre estaba en el umbral de la puerta echando a un borracho al que su aliento acaba de traicionar. Pier Giorgio, que vio sólo el ademán de su padre, vuelve sollozando hacia su madre y le dice: "Mamá, allí había un pobre que tenía hambre y papá no le dio de comer".
La madre creyó sorprender en ese lamento algo así como un eco del Evangelio: "Vete pronto en busca de él, hazlo subir y le daremos de comer". Se hizo así. Mas al despedirlo, el padre no se había engañado y se convencieron pronto que el vagabundo había abusado de la confianza de los que le dieron hospedaje. Trataron de hacérselo entender al niño. Escuchó en silencio. Su mente le decía que su padre tenía razón, mas su sensible corazón seguía protestando.
Fue ésta su primera obra de misericordia. Y le salió mal. ¿Cuántas veces, sorprendieron su buena fe, en lo sucesivo? Pier Giorgio jamás lo dijo. Le bastaba seguir la inclinación de su corazón que jamás se enfadó ante la malicia o la ingratitud.
Su abuela paterna le daba a veces algún dinero en aquel entonces, mas antes de llegar a su casa, ya había repartido entre los pobres hasta el último centavo.
Una madre de familia que había sido sirvienta en su casa, recibió cierto día de manos de él la fuerte suma de cincuenta liras. Fue el primer aguinaldo de consideración que le diera su abuela paterna recomendándole que lo hiciera fructificar. El niño obedeció a su modo y nadie se animó a ofenderse por esa inesperada colocación.
¡Cuán delicado es también ese gesto del caritativo niño suplicándole a su mamá que acababa de comprar un hermoso casimir para hacerle un traje, que lo cambiara por otro de menor precio para poder dar el sobrante a los pobres!
Pier Giorgio tiene catorce años de edad, al entrar Italia en la guerra. El sufrimiento de los soldados lo conmueve profundamente. "He aquí seis liras. ¿Qué haré de ellas? le preguntó cierto día a la cocinera que estaba preparando un paquete para un soldado que estaba en el frente. Como la mucama se compadeciera cierto día de tantos sufrimientos y muertes prematuras, que son el triste rescate de la guerra, le dijo: ¿no daríais vuestra vida, Natalia, a fin de que cesara ese azote?" "¡Oh! respondió ella, soy joven y mi vida es tan preciosa como la de los pobres soldados". "Pues bien, yo la daría y ¡enseguida!" respondió el adolescente escandalizado.
Para los misioneros colecciona con ardor estampillas de franqueo y boletos de tranvía y se desvive por hallar personas que se los proporcionen.
Esos rasgos cuya lista podría alargarse fácilmente, son ampliamente suficientes para hacernos entrever lo que será más adelante Pier Giorgio con la experiencia de los años y cuando tenga conciencia de sus responsabilidades de cristiano y de hombre de acción.
Comienza mientras tanto la educación religiosa del niño. Su madre, su abuela materna, su tía, tratan de abrir su alma a las riquezas de la fe; el niño recuerda con más facilidad los ejemplos vividos que las nociones abstractas. Siendo el Evangelio el libro de vida por excelencia, recibe sus primeras lecciones en la compañía del Divino Maestro. Los ejemplos que de caridad para con los pobres le da su padre confirman de modo impresionante la doctrina que va extrayendo del texto sagrado.
Oigamos al doctor en letras Don Cojazzi, encargado de completar en el hogar la enseñanza que recibe el niño en el Ginnasio Liceo Massimo D'Azeglio: "Recuerdo que su madre me rogó le ayudara a darles a Pier Giorgio y a su hermana el sensus Christi. Ella utilizó esta misma expresión para darme a entender que no había de atenerme estrictamente a las materias de clase, sino que había de usar digresiones y desarrollos acerca de las cuestiones religiosas.
"No tarde en darme cuenta entonces (para servirme de una expresión usada en España) que la frente del niño estaba bañada aún de agua bautismal. Ahora me explico mejor la sorpresa agradable que tuve, desde los primeros días, cuando lo veía, al terminarse la lección, pararse ante mí, con delantal negro, los brazos cruzados, sus ojos negros clavados en los míos y suplicantes y decirme: "Contadme ahora una historia acerca de Jesús". Por de pronto, amplié el relato evangélico, lo anegué en un sinnúmero de detalles de mi cosecha. No podría decir debido a qué señales me di cuenta de que este método no era el mejor. Cesé al instante, contentándome con relatar el Evangelio a la letra, cuanto me lo permitía mi memoria. Pude observar entonces en su rostro, merced a una sucesión de sombras y de luces, los sentimientos que el desarrollo del relato divino despertaba en él. Si concluía con un episodio alegres gozoso, si le contaba por ejemplo el afecto de Jesús por los niños, las alabanzas que les tributaba a las flores, a los pájaros y a los corderos, sus ojos brillaban al instante y me decía sonriendo: "¡Cuán bello es". Si elegía al contrario un relato lleno de la compasión de Jesús para con los pobres, los enfermos, los hambrientos, los pecadores; si detallaba los milagros con los cuales alivió tantas miserias humanas, su rostro se entristecía y dos gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, lágrimas que trataba de secar valientemente y sin vergüenza. El niño aprendió así a oír los llamados interiores a la mansedumbre".
Se comprenderá talvez mejor ahora que, formado en tal escuela de sinceridad y de rectitud, el niño, así como los suyos por otra parte, acostumbrado a no forzar nunca sus sentimientos, se haya horrorizado de lo que se podría llamar la "retórica de la vida", es decir toda palabra, toda actitud, toda manifestación inspirada menos en una convicción profunda y razonada, que en las convenciones sociales, las costumbres y las actividades mundanas. De allí le provino talvez cierta dificultad para ampliar, para desarrollar sus sentimientos que expresaba siempre escrupulosamente tal cual los experimentaba y en la medida en que los experimentaba, en frases breves y espontáneas mejor que en extensos períodos verbales; resultó de ello, en la época de los ejercicios escolares, una esterilidad literaria que muy sin razón alarmó a veces a sus profesores y hasta a los miembros de su familia.
El estilo telegráfico era entonces su estilo preferido; sus composiciones eran esquemas esqueléticos y la tarjeta postal le parecía la forma ideal para expresar sus sentimientos. Puesto frente a sus deberes, cuántas veces le dijo a su madre, sonriendo: "Oye, mamá, yo voy a resolver mi problema y tú harás mi narración".
El porvenir iba a demostrar la inutilidad de los temores que se tenían con respecto a él: "Recuerdo, escribirá más adelante uno de sus profesores, refiriéndose a él, que cuando lo vi llegar al colegio, era de comprensión lenta, como suelen ser los montañeses, más era igualmente obstinado. Como le dijera que habría de vencer muchas dificultades si persistía en querer ser ingeniero, me respondió que lo sería a costa de los más duros sacrificios. Conociendo su fuerza de voluntad y habiendo comprobado la influencia decisiva que el estudio de las matemáticas ejercía sobre su desarrollo intelectual, yo no desesperaba del éxito. Desde su último año de liceo hasta sus primeros años en la escuela de ingeniería, vi a su inteligencia abrirse como una flor, afinarse y volverse poco a poco tan sutil y tan penetrante que le permitía resolver cualquier dificultad a fuerza de estudio y de tenacidad".
La aridez del principiante había sido solamente indicio de una de las cualidades morales más raras en un niño; o sea la sinceridad límpida como una hoja de espada, además de otros dones igualmente preciosos.
Pier Giorgio, y su hermana hicieron su primera comunión el día 19 de junio de 1911, bajo las miradas de la Virgen, en la exquisita capilla de las Hermanas Auxiliadoras de las Almas del Purgatorio en Turín. La hizo seriamente, piadosamente, como hacía todas las cosas.
Don Cojazzi regalole ese día una vida de Cristóbal Colón, que llevaba la siguiente dedicatoria: "A ti, Pier Giorgio, como recuerdo del día de tu primera comunión, este libro en el que se narran las empresas de Cristóbal Colón, gloria, de Italia y de la religión. Sea él tu guía hacia una y otra de ambas glorias. Ojalá puedas ser tú también, como él, portador de Cristo durante toda tu vida, voto que formulo por ti, con el afecto del amigo y la bendición del sacerdote, tu maestro".
¡Portador de Cristo! qué programa más bello le fue jamás propuesto por un corazón de sacerdote a su hijo discípulo predilecto. Humilde y lealmente Pier Giorgio se hizo un deber de realizarlo.
El Padre Lombardi, S. J., su Padre Espiritual, nos dirá cuáles eran las disposiciones del niño que acababa de entrar en aquella época (1913), en el tercer curso del colegio de los Padres Jesuitas en Turín (Istituto Sociale, en la calle del Arzobispado): Me impresionó al instante su prontitud en responder al deseo que le manifestara de verle acercarse a menudo a la sagrada Mesa. Desde entonces, comenzó a comulgar varias veces por semana, con tal ardor de corazón y tan gran fervor que quede edificado así como su madre. Esta se preguntó, sin embargo, a sí misma, si tenía él suficiente madurez para darse cuenta del gran acto que cumplía. Le di seguridades y pronto tuvo la felicidad de comprobar los crecientes progresos de su hijo en el bien. En 1917-1918, luego de haber pasado tres años en la escuela Massimo D'Azeglio, ingresó en el colegio de los Padres, comenzó a seguir la práctica de la comunión cotidiana que cumplió fielmente hasta la muerte. Tanto como pude apreciarlo, comenzó bajo la poderosa acción de la Eucaristía a transformarse en el cristiano piadoso, convencido y fuerte cuyo magnífico ejemplo merece ser propuesto a todos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario